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Foto del escritorDiego Marqueta

Chibalete

«La papelera es el primer mueble del escritor» (E. Hemingway)

No existe mayor acto de egomanía que publicar un libro.

Los que han lo han hecho, de entre mis lectores, lo saben mejor nadie. El convencimiento de que lo que escriben es tan pistonudo que merece ser plasmado en papel.

Bueno, hasta ahí bien. Yo mismo lo hago. Por aquello de que tienes inquietud de plasmar tus ideas. Incluso es sano como ejercicio. En el cole nos lo ponían como deberes.


Ah. Pero resulta que además quiere que se publique.

¡A-migo! Eso supera su mera inquietud de redactar. Es decir, asume que sus letras juntadas como sacadas del chibalete(llamarlo «escribir» ya sería otro grado) merecen ser conocidas y reconocidas. Que la gente dedique su tiempo (1 página/ minuto en lectura ágil) a abstraerse del mundo y leerlo. Y como no puede bajar de las 400 páginas (porque el grosor del lomo del libro ha de ir acorde con el de su ego y quizá de sus complejos), implica que requiere de ti ≈7 horas reales de tu tiempo. Enfocado. A lo sumo escuchando música de fondo. El mismo tiempo y atención que la integral sinfónica de Mahler. Ahí es nada.


Seguimos para bingo: además aspira a que la gente pague por ello.

Podéis decir lo mismo de mis textos, pero al menos no os cobro (inexplicablemente) por ello. Ver su nombre en la portada del libro es un chute de dopamina al que es muy difícil renunciar. Y debajo el de alguien famoso al que ha implorado que le haga el prólogo.


Mención especial y sitio reservado en el infierno para los que además ponen su propia foto en la portada, diciéndote cuán guay es, desde la estantería de la librería o junto a la letrina (donde muchos ofrecerían su mejor servicio).


Y muchos escriben convencidos de que contribuyen al bien común, pero el ego es como un coche eléctrico: silencioso por dentro y se mueve rápido sin que le eches combustible.


Bendito egocentrismo, por otra parte.

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Porque es lo que ha permitido el conocimiento a lo largo de los 130 millones de libros que se estima han existido hasta hoy. Como dijo Will Smith en una charla a chavales: «Leed, porque cualquier cosa que os preocupe, por mala que sea, le habrá sucedido a 50.000 personas antes que a ti. Y quizá alguno haya escrito sobre ello». Me considero un razonable lector. No devoro libros como quien come patatas fritas, leyendo en diagonal. Procuro hacer lecturas atentas y barriendo como Beppo en «Momo», de Michael Ende («Paso - Inspiración - Barrida»).

Que aunque tenga un bajo interés por lo que se publica hoy en día, en mi visita semanal a librerías me detengo en todas las novedades y de vez en cuando entra algo en mi lista. Incluso en la mochila. Pero claro, algo ha de venir muy bien recomendado si se pretende que entre en mi listado de 15 categorías de lecturas (Arte, clásicos, cómic, ensayos, novela, etc) y colarse impunemente a Homero, Gracián, Homero o Jardiel Poncela u otros más actuales como Vallejo, Pinker o Escohotado. (300 títulos - a mi ritmo, 10 años de lectura por delante). Y tengamos en cuenta que emocionalmente todos incurrimos en el sesgo de confirmación: casi nunca oirás a nadie decir que un libro es malo o que su coche es malo. Dado que ha invertido tiempo/dinero en ello, necesita reafirmarse. Lo paradójico es que cualquier juntaletras se cree con derecho de publicar un libro. Porque lo tiene. Al fin y al cabo, ¿quién decide y con qué criterio si alguien puede publicar o no? ¿dónde está el examen que te cualifica o acredita para publicar?

Pues en el mercado. Aunque ello nos haya colado a Paulo Coelho. Y a pesar del algoritmo de más vendidos de la semana en Amazon (que lleva truco), lo que prevalece es buena Literatura.


Nadie se atreve a grabar un disco sin saber cantar o tocar


(Y menos venderlo). Uno mismo se lo auto-prohibe. Aunque Radio3 por las mañanas desbarate mi teoría. Nadie se atreve a plantear una muestra de esculturas sin saber hacer más allá que muñecos de nieve o de plastilina. Pero a todos nos enseñaron el abecedario y gramática avanzada hasta los 18 años. Luego se queda en gramática básica. Luego, ni eso, como puedes leer por Twitter. En la cuestión de juntar letras, nadie creemos estar poco cualificados. He leído, de gente que impunemente perpetra y publica libros, patadas gramaticales como si te estuviera pasando las hojas Jackie Chan. Por eso hay que ser exigente. Selectivo. Despiadado. Que se le atasque la Olivetti y se le seque la hierbabuena al próximo mediocre egomaníaco convencido de que el mundo necesita su maldito libro. Así que no olvides encontrar y contar la historia que hay en ese proyecto en un seminario o que expones compañeros de tu empresa. Porque les estás exigiendo mucho menos tiempo que esas 7 horas que te pide un juntaletras. Porque estás trabajando para simplificar en 10 minutos un proyecto complejo. Y en esa aventura maravillosa quizá puedo ayudarte como hago a otras empresas. Porque tu historia seguro que sí merece ser contada y escuchada.


GENERACIONES.


Con Pablo España Osborne y Daniel Innerarity. Podéis ver el diálogo que moderé en Foro de Foros entre Pablo y Daniel el martes 19 de Enero.

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