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  • Foto del escritorDiego Marqueta

Lo que no hay que tener

Hace unos años andaba con mi madre por Londres, en su infrucutosa tarea de hacer de mí todo un gentleman.


Cosa de los estereotipos: la misma ciudad que alberga la Cámara de los L(ic)ores es la que engendró a los Sex Pistols. Aunque ya puestos, me quedo con la Cámara de los Comunes cuando la dirigía el inefable e irrepetible John Bercow ("Order!")

Íbamos caminando por Constitution Hill. Mi madre iba tramando un plan para meterme en un canasto, aprovechar el cambio de guardia y dejarme en adopción en la puerta de Buckingham Palace. El caso es que no coló y nos marchamos de allí, una vez logré salir de aquel cascarón de mimbre. Así que el distinguido porte de caballero que luzco hoy es todo obra ibérica y nada británica.

Los que hayáis estado en Londres, y os guste la comida y los coches, sabréis que al pasear por sus calles experimentas un doble placer:

  1. El recital de coches de alta gama es un no parar. Si hiciéramos un listado de coches con PVP de 6 dígitos, en cuestión de media hora podríamos haberlos visto todos. Hasta el punto de agradecer el ver un Seat Panda, para descansar un poco.

  2. Todo el rato que permanezcas en la calle, no estarás metido en un restaurante sufriendo la infame y carísima comida de allí. Que sí, que la última vez que estuve allí comí en el Heston Blumenthal del hotel Mandarin Oriental. Pero que la realidad de la Pérfida Albión son los Fish and Chips y (juro por Belcebú que así lo vi) el churro relleno de chocolate de Camden. Pura gastronomía, en fin.

El caso es que a mi madre los coches jamás le han concitado la menor emoción. Y sin embargo, tras un rato en que nos habían cruzado todos aquellos vehículos de alta gama, s produjo esta conversación: – «Oye (Diego, creo que te llamabas, ¿verdad?), y ese coche, qué bonito es, ¿no?» – «Pues sí a las dos cosas, Mamá». – «¿Y cuál es? – «Es un XXXXX XXXXXX» (=el que suele llevar James Bond) – «Ah… Es bonito». – «Pues sí. La verdad es que sí, Mamá». Aquello me hizo pensar. Entre tal tutti frutti de cochazos, sólo aquel le llamó la atención. Algo tenía ese aparato. O mejor dicho, algo era lo que dejaba de tener. ¿Alerones como mesas de billar? ¿Ruedas como turbinas? ¿Zagas de nave espacial? Todo lo contrario. Precisamente ese coche expresaba más por lo que no tenía. Su diseño era tan perfecto que toda su forma transpiraba la función. Mirases por donde mirases, el diseño era sencillamente el que debía ser. Hasta el punto de que, los que estudiamos la especialidad de Diseño de Máquinas y Vehículos en Industriales, no acertamos a saber por dónde han empezado y por dónde han acabado ese diseño. Que incluso las relaciones entre diferentes partes del mismo seguían la proporción de Fibonacci. Y con el tiempo todo esto volvió a mí: definir una historia en que lo que callas completa a lo que cuentas. Que lo que muestres sea esencial y explique una historia. Que lo que dispongas visualmente se enriquezca de espacios vacíos. Claro: es que era eso o agenciarme el coche.

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