Texto original: 15.Abril.2008.
Archivo «Blógicamente - Pensamientos en 35mm»
Le vimos ponerse manos a la masa en una fantasía de nieve de harina, eternas manchas en el delantal. Bocadillos tras llegar del colegio, sentados frente a la TV, mientras nos divertíamos con sus aventuras junto a Espinete.
Chema, el panadero.
Cuando hoy mismo yo, que podría ser aquel Chema, me siento más descreído que nunca con el supuesto blindaje de la amistad, la lealtad y el compañerismo, recuerdo a aquel joven en la treintena, como yo. Con la ilusión de inspirar desde la pantalla a miles de críos como yo a ser más persona, a tomar esos valores como el latido de sus corazones.
Y al leer la noticia de su muerte, en un infinitésimo momento, la nieve vuelve a ser harina y sal. No siento latidos de emoción con cada episodio de Barrio Sésamo, sino golpes llenos de eco, sin ritmo. No hay agua sino lágrimas, y aquellas canciones quedan absurdamente sumergidas bajo el mutismo de la incomprensión.
Porque hoy, sin tocar un sólo pelo de mi cuerpo, el jodido cáncer me ha robado una parte de esa infancia que creía bien protegida con la camisa de plomo de la Nostalgia.
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